Foto: Marisú Ramírez |
Opinión No. 117 viernes
27 de julio de 2018
Por Marisú Ramírez
La cifra
es de terror; más de 13 millones de toneladas de plásticos cada año convierten
los océanos en su morada.
Fue en el
año 1872 cuando John Wesley Hyatt, inventor estadounidense, alcanzó fama mundial
junto con su hermano Isaías, por ser los inventores del plástico al que llamaron
celuloide.
Cuenta la
historia que una compañía de billares de Nueva York organizó un concurso para
diseñar materiales alternativos al marfil, un bien escaso en la época y con el
que se fabricaban las bolas del juego de mesa más popular en la época.
En su laboratorio,
John sufrió un corte accidental y protegió su herida con un ungüento elaborado
a base de nitrato de celulosa, alcanfor y alcohol. Al aplicarlo, una parte se
derramó en el suelo, y al secarse formó una fina capa que tenía la propiedad de
unir el serrín y el papel. Continuaron la investigación en esta línea y descubrieron
que, si se sometía el producto a alta presión, formaba un material apto para la
fabricación de bolas de billar.
El
invento de los Hyatt revolucionó la industria plástica. Su comercialización
llegó en 1872 con un éxito espectacular, sin imaginar el daño que se provocaría
al planeta.
Al
respecto, sólo 20 naciones producen un 80 por ciento de estos materiales
mientras que otros como Suecia con una cultura de conservación ambiental fuera
de lo común aplica energías limpias en un 70 de sus procesos de producción y
áreas domésticas.
La
catástrofe ambiental está en la antesala de México, se requieren actitudes y
programas enérgicos de la autoridad y voluntad de los ciudadanos, son momentos
para pensar en la elección de caminos adecuados a fin de lograr la limpieza de
todo lo ensuciado por falta de conciencia y no solamente prohibir el uso de
popotes.
Los efectos del calentamiento global en sus
múltiples manifestaciones no dan tregua a las naciones, aunque habrá que
distinguir según McKinsey Center for Business
and Environment en un informe reciente se da a conocer que China,
Indonesia, Filipinas, Tailandia y Vietnam depositan poco más del 60 por ciento
de plásticos cada año en los océanos, esto por supuesto no descarta a los
Estados Unidos de Norteamérica, una de las naciones más contaminantes.
Inquieta y se requieren medidas urgentes con el fin
de revertir el cambio de hábito en la utilización de popotes, unicel, bolsas de
plástico y otros contenedores regularmente abastecidos por los comerciantes.
Reglamentar su uso ya no es opción sino necesidad apremiante para frenar el
daño ambiental producido históricamente al planeta, el único y preciado lugar, al
cual las futuras generaciones no querrán ver destruido.
El comportamiento humano es complicado para comprender
la esencia de la vida, se resiste a la toma de conciencia, a la aplicación de
formas sanas de existir, está como en una cueva sin salida posible, es producto
de una manipulación exagerada la cual le arrebata armonía y estabilidad
emocional. Es conformista al extremo por tal acondicionamiento, enajenado
todavía sueña que el planeta se puede autocorregir ─no es así─ los daños infligidos a él serán
irreversibles en poco tiempo. La naturaleza exige respeto por encima de
frivolidades.
Influir en los demás es difícil
cuando se carece de proyectos alternativos. Se exigen soluciones, fuera de
miedos y atrasos conceptuales, expresar preocupación no bastará para frenar la
hecatombe, la prueba en estos momentos es la ola de calor que azota al planeta sin
distinción de razas o clases sociales, es una bofetada de otras que vendrán si
acaso se desoye su lamento.
Los ejemplos sobran, lo que hace falta y es
prioritaria es la toma de conciencia, dejar de solicitar-proporcionar
contenedores de unicel, bolsas de plástico, popotes y otros accesorios, y sobre
todo señores legisladores “reglamentar” proporcionar medios y alternativas,
todavía es tiempo, el reloj de la naturaleza avanza y avasalla a su paso a los
que son omisos a esta calamidad que es la contaminación por plástico. masryram@msn.com
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