Foto: Marisú Ramírez
Opinión No. 70 viernes 11 de agosto de 2017
Por Marisú Ramírez
Se dice que somos el
organismo más sensible e inteligente de la Tierra. Tenemos la capacidad de
registrar una enorme cantidad de información y lo que logramos percibir a veces
nos agobia, nos asusta y lo bloqueamos, construimos un muro de creencias en un
universo individual habitado con una aparente y no siempre cauta indiferencia.
El aislamiento mental
nos impide conectar con el entorno y como mecanismo de defensa negamos todo
aquello que no comprendemos. En la diaria convivencia con los demás se dan los
famosos “choques de creencias” que se manifiestan en cruentas guerras, luchas
de poder, crímenes, injusticias y desigualdades sociales.
Los conflictos son interminables
y tienen lugar en todas las esferas. No así en la naturaleza, un árbol no depende
de otro para crecer, una hoja crea su propio espacio para brotar y
desarrollarse, una flor no rivaliza por la belleza, no hay competencia, todo
fluye, gira y se desarrolla en armonía con la dádiva eterna de la Luz, la
Energía Vital.
Pero los seres humanos,
no aceptamos este hecho. No nos damos cuenta que entre todos hemos construido
una realidad ilusoria que opaca nuestras capacidades y deteriora fuertemente
nuestra forma de relacionarnos. El miedo y el orgullo crean en nosotros una
cerrazón intelectual que genera un marcado
aislamiento, que a su vez al interactuar obligadamente en sociedad
genera demasiada violencia, y no sólo en las guerras, sino también en los más
ínfimos detalles de nuestro diario acontecer.
Somos incapaces de
advertir cuántas veces nuestra alegría y bienestar provienen del dolor de
otros. Cuando hay un ganador forzosamente se genera un perdedor. Una montaña no
compite con otra para ver quién es más alta, o más hermosa, o quién tiene mayor
riqueza. El ego es inevitablemente cruel porque vive encerrado en las paredes
de un mundo de absurdos prototipos de belleza, de poder y de estatus social, con
un inherente delirio de satisfacer todos sus caprichos.
Para evitar la alteración
del ego, es necesario incrementar nuestra capacidad analítica, nuestra innata y
nunca bien cultivada capacidad de “Observación Consciente” la cual es el
resultado de una necesidad física, emocional y espiritual.
Educar el ojo y la
mente para saber mirar, así lo recomiendan los investigadores más avezados. La
información está cifrada hasta en los más mínimos detalles, solamente hay que
aprender a detectarlos y así hacerlos conscientes. La persona que sabe observar,
descubrirá lo que nadie ve. Pasteur mencionó alguna vez que, “el azar favorece
sólo a las mentes preparadas”.
Debemos aprender a observar.
Para lograrlo es necesario dejar de actuar “en automático”. Muchas veces,
cuando aprendemos a realizar una tarea, tendemos a repetir la rutina sin
considerar otra forma de llevarla a cabo. En otras palabras debemos romper
paradigmas y comenzar a experimentar una nueva manera de crear y ver la
realidad.
Discernir la realidad
con verdadero conocimiento de causa, generando así una cuota mínima de
observaciones diarias significativas. La endeble seguridad que el sistema ofrece
debe ser reinventada, es imprescindible
para construir el futuro.
Utilicemos el
conocimiento para alcanzar los fines. Saber observar genera una diferencia con
respecto al enfoque habitual. La realidad es la misma, lo que cambia es la
visión y la perspectiva de cada individuo “El observador y lo observado”. La
mirada creativa captura algo más, lo que el común de la gente no puede ver.
Saber observar,
produce resultados inmediatos: observemos al político, al líder, a nuestros
compañeros de trabajo. En la escuela, aprender con verdadero afán, llegar al
fondo del conocimiento que nos conceden nuestros sapientes docentes, la mayoría
de las veces desaprovechados. Cuestionar y analizar todo y a todos. Versa el
dicho “A buen entendedor pocas palabras” y al buen observador, ¡También! masryram@msn.com
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