Foto: Marisú Ramírez |
Opinión No. 74 viernes 08 de septiembre de 2017
Por Marisú Ramírez
Es curioso, pero en el tema
del amor el estado de la mente que llamamos comúnmente “cordura” es también el mismo
mecanismo que nos separa de nuestro poder personal, nuestra totalidad y el
recuerdo de nuestra alma, y al jugar “a lo seguro” y avenirnos al consenso de la
realidad estamos tomando el mayor riesgo de nuestra vida. Constantemente lo
percibimos. En el mundo es perfectamente plausible.
En el poema de Víctor Hugo
“El Hombre y la Mujer” (1802-1885) existe demasiada similitud de la época en la
cual se presentó y la actualidad. Es más, se podría afirmar que la energía de
ese pasado y la que ahora disfrutamos en la materia no ha sido modificada en su
estructura, dirían los académicos no se han roto totalmente los paradigmas.
En ese final, al interior
del poema se distingue que las justificaciones descansan en simples
incompetencias para realizar lo que realmente nos mueve a existir.
Esta es la Pieza poética:
El hombre es
la más elevada de las criaturas,
La mujer el
más sublime de los ideales.
El hombre es
el cerebro, la mujer el corazón,
El cerebro
fabrica luz; El corazón el amor.
La luz
fecunda; el amor resucita.
El hombre es
fuerte por la razón, La mujer invencible por las lágrimas,
La razón
convence; las lágrimas conmueven.
El hombre es
capaz de todos los heroísmos, la mujer de todos los martirios,
El heroísmo
ennoblece; el martirio sublima.
El hombre es
código, la mujer evangelio,
El código
corrige; El evangelio perfecciona.
El hombre es
un templo, la mujer el sagrario,
Ante el
templo nos descubrimos; Ante el sagrario nos arrodillamos.
El hombre
piensa, la mujer sueña,
Pensar es
tener en el cráneo una larva;
Soñar es
tener en la frente una aureola.
El hombre es
un océano, la mujer es un lago,
El océano
tiene la perla que adorna;
El lago la
poesía que deslumbra.
El hombre es
el águila que vuela, La mujer el ruiseñor que canta,
Volar es
dominar el espacio; Cantar es Conquistar el alma.
En fin el
hombre está colocado donde termina la tierra,
La mujer
donde comienza el cielo.
Víctor
Hugo
Estoy segura que existen
pocos seres humanos que son totalmente honestos en estos tiempos. A la hora de
amar, esconden sus frustraciones a través de comportamientos superfluos y
banales. Por todo ello, no superan su egoísmo o hedonismo mal aplicado, no son
seres que analicen y propongan, se separan del hacer cotidiano para demostrar
su incapacidad para amar y razonar situaciones.
Dejamos de lado nuestra
energía interna, no la entendemos, la razonamos sin llegar a comprenderla. El
súper hombre avasallador, mientras la mujer no llega a descifrar ese atlas de
incongruencias, trabaja con su corazón y se antepone a los silencios
destructivos de esa insana actitud masculina semitransparente. El hombre dueño
de la razón por cultura, la mujer emoción y corazón.
Muchos no podrán recordar
cuán poderosas y penetrantes son nuestras conexiones con el código del amor. Y
ahora, mientras buscamos una respuesta para el grito que está surgiendo en nuestro
interior, existe la comprensión de que esos enlaces que nos conectan con este sentimiento
están encriptados, con precinto de seguridad, y debemos calibrar su energía con
nuestros orígenes, antes de que se extinga la capacidad de amar.
Hoy en este momento de la
historia se puede encajar el poema de Víctor Hugo, de ese personaje que
intercedió por Maximiliano de Habsburgo ante Benito Juárez para evitar que
fuera fusilado, sin lograrlo. Poeta sensible con el don para emocionar y
señalar la incapacidad que se tiene para la comprensión del código del amor en
beneficio de todos. No sé cuánto tiempo pasará el ser humano señalando
diferencias sin atender a las similitudes, Víctor Hugo podría ayudar en este
recorrido. masryram@msn.com
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