Foto: Marisú Ramírez |
Opinión 76, viernes 22
de septiembre de 2017
Por Marisú Ramírez
Los últimos
acontecimientos por desastres naturales en nuestro país y en el resto del mundo
nos ponen en estado de shock. Por momentos se nos olvida que nuestro planeta es
un organismo vivo que sufre el daño que le ocasionamos y pareciese que nos
exigiera que dejemos de dañarla. Su furia está desatada.
Con los desastres
naturales surge un cúmulo de sentimientos encontrados y caemos en un estado de alerta,
se agudizan nuestros sentidos y algunos caen directamente en un estado de
negación. La negación como palabra que antecede cualquier acción impide el
desarrollo sano y productivo de nuestro ser, minimizando la manifestación del
yo y la incapacidad de dar y recibir a plenitud.
En consecuencia, la
mayoría vivimos en un estado permanente de negación inconsciente, y con la
anulación de nuestro innato derecho a recibir amor, afecto y aceptar o pedir ayuda
en situaciones de extrema urgencia, lo que implica serios reajustes en todo
nuestro ser.
Los reajustes para
restablecer el equilibrio se traducen en muchas emociones para todos,
principalmente de miedo, frustración, rabia y dolor, y justamente podría ser
una oportunidad para aprender a ver lo que sucede con nuestro planeta con otros
ojos, con los del alma, con el despertar de la solidaridad, la hermandad y el
amor.
Quienes están
directamente involucrados en la destrucción de nuestro hábitat viven en un
estado de negación, generalmente no pueden verlo, porque están ocupados en
resolver sus incongruencias, emociones negativas y emergencias físicas. Vivir
en negación es decir no al amor, a la vida y a los momentos más hermosos, que
nos brinda el universo. Amar y dejarse amar, más allá del no puedo, es darse la
oportunidad de trascender y descubrir nuestro potencial mundo interior. Sin
mirar la oportunidad para quienes no lo viven directamente de hacer un hermoso
y gran servicio para la humanidad, enviando amor incondicional a los seres que
sufren.
Por otro lado, es
menester ocuparse de los afectados, aunque la gran mayoría saben sobrellevar situaciones
de este tipo, una vez que -desde su conciencia- comprenden la situación,
inmediatamente ponen manos a la obra y colaboran con el restablecimiento del
equilibrio.
El contacto físico es
importante para mantenernos vivos y drenar nuestros más profundos miedos y
angustias, para evitar sentimos oprimidos, deprimidos desvalidos y sin norte. Cuanto
más rígidos nos pongamos en nuestra manera de pensar, más confuso se volverá
nuestro cuerpo emocional. La rigidez en la vida es una forma de infierno. Tenemos
que enfrentar las consecuencias del daño ocasionado al planeta a su debido
tiempo, en nuestro propio terreno. Si mientras tanto nos desbordamos, tendremos
que volver a encuadrar ese momento y simplemente dejar que sea el momento
adecuado.
Los momentos de reflexión
ante el daño ocasionado vienen pisándole los talones a “guardar silencio,” como
si alguien dentro nos ordenara: “Cometiste un error, ahora guarda silencio, o ciertamente
voy a darte verdaderos motivos para llorar”. Es una consecuencia energética
natural de “ocúpate ahora” y por la presión de la auto-negación, nacida por la
acumulación de eventos traumáticos, o tal vez mientras nos sacamos las aguijones
de nuestra conciencia y aprendemos a respirar una vez más, y recordar que en la
vida todo es aprendizaje y lo prioritario es reaprender lo aprendido al crear una
prótesis para el alma de nuestro planeta, para salir del devastador estado de
negación e inconciencia que nos vuelve potenciales depredadores en nuestra
propia casa. masryram@msn.com
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