Opinión No.13, sábado 09 de marzo de 2014
La fuerza de las mujeres está en su debilidad. Bernard de
Le Bourviere Fontanelle.
Por
Marisú Ramírez
Se
dice que los hombres son más honestos entre ellos, que las mujeres entre ellas
mismas. Los sociobiólogos intentan explicarlo como “lucha entre mujeres por conseguir
los favores del varón”. Las preguntas acerca del género han estado en la línea
central de la evolución de la filosofía moral en este siglo. La idea de que la
virtud tiene de alguna manera género, de que las normas y criterios de
moralidad son diferentes para las mujeres que para los hombres, es una idea
central en el pensamiento ético de muchos grandes filósofos.
Es a
partir del siglo XVIII donde se puede rastrear el origen de la idea de una ética
femenina, como una forma de virtud que constituye la esencia del pensamiento
ético feminista. No obstante, no es fortuito que la ética femenil, se haya
planteado desde los inicios de la civilización como uno de los contenidos de
mayor controversia.
Divide y Vencerás
Esta
frase, atribuida a Julio César, en sus formas de "divide ut regnes"
(divide y reina), tesis reaccionaria contenida en el “divide y vencerás”,
principio aplicado en la historia política de las sociedades romanas con su divide
et impera, pasando por Maquiavelo, que fue el más profundo analista político de
los tiempos en que el capitalismo emergía en el seno de la sociedad feudal,
hasta la política imperialista en nuestros días. Una máxima que aún recorre la
historia de la civilización occidental.
Principio
que aplicado en otros ámbitos de la actividad humana, como el de la ética
femenina se repite constantemente en la historia como una práctica cotidiana.
Si bien podemos decir que en la mayoría de los casos es "jugar sucio",
la verdad es que simplemente como estrategia se da, los hombres la aplican de manera ventajosa
contra las mujeres.
Es
de acuerdo a esta lógica que se crea una ética de los géneros en la sociedad, con
la incorporación de roles, intereses y conductas funestas con base a una doble
moral constituida, la moral del femenino y la moral del masculino, y que es
extrapolada a la dimensión ética.
Si
se concibe a un género como ético necesariamente nos obliga a pensar en el otro
género como antiético, la masculinidad solo existe en contraste de la
feminidad, siendo uno lo bueno y el otro
lo malo; lógica de la cual se nutre la moral y en consecuencia la ética. El ideal social de la ética femenina, es donde
se hace posible mantener a la mujer al margen, su proyecto de emancipación, ha
de parecer —contra natura—, pues todo lo habitual parece natural, se le enseña
a no tener iniciativa, a no conducirse según su voluntad reflexiva, sino a
someterse y ceder a la voluntad de su dueño.
Es
allí donde tiene su origen el conflicto,
donde la discordia es causada por las mujeres, quienes representan los
intereses de la familia y de la vida sexual;
relegadas a un segundo término por las exigencias de la cultura, adopta
frente a su propio género una actitud hostil, una conducta “antiética”.
Es
por ello que las prácticas desleales femeninas se dan en un marco social y
acusan la competencia en cuestiones como la clase, la raza, la pobreza material
o el bienestar, que han dividido a las mujeres; donde ninguna apelación a las
formas de vida social actuales puede darnos una idea de la diferencia en las
inquietudes éticas de las mujeres, que sólo pueden derivar en el razonamiento
de un cambio en las relaciones sociales y en los modos de vida donde las
prioridades éticas serían muy diferentes en el mundo que vivimos en la
actualidad. masryram@msn.com