Opinión
131, viernes 2 de noviembre de 2018
Por Marisú Ramírez
(Texto y foto)
Cuando analizamos detenidamente nuestro comportamiento como sociedad, a
menudo añoramos el tiempo pasado. La sensación de que la vida era mejor es muy
difícil de erradicar de nuestra mente.
El buen vestir “No
puede haber gracia donde no hay discreción”
Al observar nuestro entorno ─ tanto virtual como presencial─ sorprende lo
que se mira. Mujeres sumamente maquilladas, vestidas con muy mal gusto, con los
cabellos de colores que ni en sueños tendremos de forma natural, rojos, verdes,
rosas, morados… de los hombres ni qué decir, no es que me escandalice, en
verdad perdimos el arte del buen vestir.
Desde la prehistoria, no recuerdo haber visto tales harapos, ropas
desgarradas, que rayan en el absurdo. Definitivamente en la actualidad la
comodidad si es importante, los tiempos cambian, la modernidad, el clima
extremo, la aceleración del tiempo y otro tanto más de cuestiones nos impiden
vestir como antaño. Pero llegar a los extremos es inadmisible.
El buen decir: “En la
lengua consisten los mayores daños de la vida humana”
También, basta poner atención a las palabras que expresan los jóvenes y adolescentes,
difícil escuchar sin sonrojarse, hablan de forma estridente, sin pudor y sin
importar quién esté escuchando. El vocabulario bien podría calificarse de
vulgar, grotesco y soez. Si alguno de ellos fuera entrevistado, veríamos la
forma que sufriría para encontrar las palabras correctas para expresar su
opinión, ya que hablar de forma incorrecta se vuelve un aberrante hábito.
Por otra parte, hace poco pedí a una jovencita que estaba encargada de
una oficina me hiciera un recibo por la cantidad de dinero que estaba
entregando y quedé sorprendida por el cúmulo de faltas de ortografía que
quedaron plasmadas en el recibo.
Hablar y escribir de forma incorrecta, podría derivar en severos
problemas como la no continuación de los estudios, escasa o nula vida laboral y
profesional. En cierta medida todos estamos hablando mal y escribiendo peor,
esto es evidente a todos los niveles, nadie escapa a esta complicación social.
Todo ello sin contar la exigua lectura de obras clásicas de la literatura
universal, mismas que ya nadie entiende, se desconocen las palabras y no se comprenden
los conceptos, se ha perdido el arte del buen decir, se olvida que al hablar se
crea la realidad individual y se contribuye también a la creación colectiva. Ya
sea de forma oral o escrita, nuestras palabras hablan en exceso sobre quienes
somos.
El buen comer: “Come
poco y cena menos, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del
estómago”
Finalmente, no se puede dejar de lado al arte del buen comer. Cuando
vamos de compras, lo que adquirimos en los supermercados es la mejor
mercadotecnia, no los mejores productos ni los más saludables. Elegimos cajas
elegantes con super frases, escogemos las frutas y verduras más llamativas, mismas
que al consumirlas son un verdadero fraude, quién no ha caído en la decepción
al morder una fruta linda y apetitosa por fuera, pero por dentro, sería mejor
comer cartón o papel periódico, eso sabría mejor. Es difícil detectar los
productos verdaderamente naturales, lo que se convierte en un verdadero lío. Es
culpa de la inercia y es el precio que todos debemos pagar por la llamada “modernidad”
Es increíble la cantidad de basura que estamos vistiendo, expresando, consumiendo
y generando.
Me despido con este
fragmento del Quijote de la Mancha: “Aunque bien sé que no hay hechizos en
el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan;
que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni encanto que le fuerce”. Es
momento de reexaminar nuestras prioridades. En vez de decir "sí" a
todo el mundo para complacerlos, ¿por qué no comenzar a decir "no"
para complacernos? masryram@msn.com
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