Foto: Marisú Ramírez |
Opinión No. 90 viernes 19 de enero de 2018
Por Marisú Ramírez
La
vida es lo más preciado del ser humano y de todos los seres vivos con sus
emociones y pasiones, el alma tiembla cuando se atenta contra ella.
El tiempo es el cómplice de la vida, enorme y colosal se levanta para
tratar de descubrir las contradicciones que llevan a la muerte; salud precaria,
alevosías, violencia o miedo de existir. No existe lógica para ninguna, el
destino son nuestros pensamientos y estos son determinados por nuestras
acciones, lo cual tiene su valor y recompensa.
Al destino se le rinde culto permanente mientras negamos la posibilidad
de dirigir nuestros pasos a otros caminos, por miedo a lo desconocido. La
humanidad se define a cada momento, sin embargo, poco se entiende de ese raro
ritual levantado en favor de quien traiciona y acaricia con la misma intensidad
con la que se manipulan los valores religiosos, sin entender por qué se hace de
tal o cual forma; va en todas las direcciones sin definir ninguna, la
incapacidad detiene y frustra los caminos de entendimiento. Nadie puede añorar
la muerte si desconoce el significado que tuvo la vida, es una regla natural.
También resulta natural el extrañarse de las limitaciones adquiridas a
lo largo de la existencia. Se podría negar prácticamente lo indeseable, como si
realmente no hubiera existido. Gracias eternas a la madre por otorgar la posibilidad
de existir y vivir, ese nacimiento físico nada tiene que ver con las visiones
negativas con las que llenamos el espíritu; al salir de la madre para ser
autosuficientes olvidamos con el paso del tiempo al ser original, lo recluimos
en un hospital, asilo o lo más lejos posible para negarle el existir, es la
muerte en vida para ellos.
Jaime Sabines lo define en
su poema Algo Sobre La Muerte Del Mayor Sabines
“Déjame reposar,
aflojar los músculos del
corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos
días,
los más largos del tiempo.
Convalecemos de la angustia
apenas
y estamos débiles,
asustadizos,
despertando dos o tres veces
de nuestro escaso sueño
para verte en la noche y
saber que respiras.
Necesitamos despertar para
estar más despiertos
en esta pesadilla llena de
gentes y de ruidos.
Tú eres el tronco
invulnerable y nosotros las ramas,
por eso es que este hachazo
nos sacude.
Nunca frente a tu muerte nos
paramos
a pensar en la muerte,
ni te hemos visto nunca sino
como la fuerza y la
alegría.
No lo sabemos bien, pero de
pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la
boca de Dios
que cae y cae y cae
lentamente.
Y he aquí que temblamos de
miedo,
que nos ahoga el llanto
contenido,
que nos aprieta la garganta
el miedo.
Nos echamos a andar y no
paramos
de andar jamás, después de
medianoche,
en ese pasillo del sanatorio
silencioso
donde hay una enfermera
despierta de ángel.
Esperar que murieras era
morir despacio,
estar goteando del tubo de
la muerte,
morir poco, a pedazos.
No ha habido hora más larga
que cuando no dormías,
ni túnel más espeso de
horror y de miseria
que el que llenaban tus
lamentos,
tu pobre cuerpo herido
El comprender la definición de la vida
en la muerte es sentirla, es condición para comprender la identidad humana,
entre lo que es la cultura y el desarrollo de la sociedad, vivir es aclarar lo
que realmente significa, hablamos de ella sin estar conscientes de su esencia, por
sus múltiples definiciones e interpretaciones, queda en el camino el interés de
comprenderla; para despedirnos de ella con los honores que merece. “¡Vida,
nada me debes! ¡Vida estamos en paz!” (Amado Nervo). masryram@msn.com
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