Eloísa Muñoz Muñoz (QEPD) |
viernes
04 de mayo de 2018
Por Marisú Ramírez
Aún siento su hermosa
presencia, sigue aquí en mi corazón y el de mis hermanos. Sus pasos, su
humildad para referir errores, su energía aplicada para solucionar problemas, pero
sobre todo su maravillosa calidad humana: me refiero a mi madre Eloísa Muñoz
Muñoz, recientemente fallecida.
Mi pensamiento se extiende y
comprende a todos los que la hemos perdido y recordaremos este 10 de Mayo. El
sufrimiento de ver su casa vacía donde acostumbraba permanecer o los espacios
que a diario recorría, el no tener el regaño por haberse portado mal, en este
día sería hermoso escucharlo. La vida nos arrebató a nuestro ser más amado
después de nuestro Señor y su voluntad permanecerá hasta que dejemos este
mundo.
Hago una reflexión, y
considero que mis hermanos la realizarán y la compartirán, la relación con
nuestra madre fue más a partir de cómo quisimos verla, no como realmente
necesitábamos comprenderla. Sucede así en la mayoría de las familias mexicanas;
no hay relación a fondo con sus emociones, sentimientos y necesidades, las
interpretamos y deducimos lo requerido por ella desde nuestra visión, sin
llegar a comprenderla; no digo que así haya sido siempre, aunque reconozco esas
fallas. Ahora que se ha ido salen sobrando estos pensamientos, lo sé.
Somos seres humanos
imperfectos. Solamente actuamos y juzgamos a conveniencia, por lo general no
somos empáticos por lo que no otorgamos a nuestras madres, eso es lo que pone
triste a los hijos, cuando nos percatamos de esto es demasiado tarde, lo que
resulta devastador.
Es muy fácil a personas
cercanas llamar al camino de la resignación, nada fácil cuando se nos quebró el
corazón, cuando lo que nos dio origen no estará más, cuando se sabe que no la
podremos escuchar, abrazar, besar, contarle nuestros conflictos con nuestra
pareja o las generadas en el empleo, nadie nos escuchará como ella ¡jamás!
El primer 10 de mayo sin este maravilloso
ser. Calles pletóricas de arreglos florales, mesas con regalos, globos y
exquisiteces culinarias en restaurantes, los veré con la tristeza de no poder
compartirlos con ella y ver su agradable sonrisa con la que recibía los
obsequios en esta fecha.
Sólo me queda imaginarla como
antaño cerca de mí, mitigando mis sufrimientos o sufriendo conmigo, aunque ella
en todo momento compartió y aconsejó ante los inminentes conflictos de su
docena de hijos, nietos y la de los fraternos de mis hermanos.
Quiero imaginarla dentro de
mí, en mi corazón, de ahí no se irá jamás, daría lo que fuera por volver a
verla, acariciarla, decirle mamita quédate conmigo, nunca te marches; después de
Dios estarás a mi lado por siempre, no quiero resignarme a recordarte sin verte
y acariciar tu hermoso rostro hasta que te aburra con mis problemas y reciba tu
sabio consejo como antaño.
Mis hermanos y yo no hablamos de
tu último viaje, no lo esperábamos. Si hablamos de lo que fue la vida para ti,
donde los avatares se diluyeron con el tiempo. Las visitas, reuniones,
celebraciones y tantas charlas que dejaron su sabia huella en nuestra
conciencia y algunas que jamás surgieron porque el tiempo enmarañó a todos en
sus labores cotidianas, con el dictado de estrictos horarios donde no estabas
tú o tu presencia era reducida en minutos, horas, días, meses o años
trascurridos con el sueño que tuviste siempre de vernos juntos y felices en una
visita interminable a tu casa ganada con empeño y siempre reluciente, pocas
veces sucedió.
Este 10 de mayo, como
millones de mexicanos que mantenemos la tradición de recordar a nuestras madres,
solamente quiero expresar que mi mente necia, no se resigna, prefiero pensar
que aun sigues ahí presente en todos y cada uno de mis hermanos en un
rinconcito de nuestra alma, donde permanecerás por siempre, como una mujer
extremadamente valiente que desafío al destino con entereza y hasta el final
nos brindó su mejor sonrisa: ¡Así te recordaremos por siempre! masryram@msn.com
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