Foto: Verónica Alcalá |
Opinión No. 116
viernes 20 de julio de 2018
Por Marisú Ramírez
La era moderna mantiene y sostiene por su
esencia de autenticidad, por tal el ser humano exige reconocimiento de su
comunidad, así es como se conforma su identidad.
Considerar este aspecto esencial de la vida
humana en sociedad es solamente una de tantas partes del engranaje emocional
del acontecimiento humano. En la revisión de diversos estudios está la
explicación de lo que existe dentro de todos nosotros, se refiere al llamado
incesante de la conciencia, distinguir lo positivo y lo negativo, esa lucha
constante en busca de la verdad, de la atención debida al prójimo y ser más
humanos cada día.
Lo apartado de esa esencia es lo inhumano, las
acciones contra la razón y el bienestar y su garantía permanente. De ahí la
necesidad de que la sociedad reconozca las acciones positivas y negativas y se
enmienden los caminos torcidos. Nada fácil en un mundo lleno de contrariedades,
los aparentes centros de valor se apartan del interés primario por acrecentar y
mejorar la calidad de vida, aspecto esencial de la existencia humana.
Es el lugar de la dignidad en el elenco
interno del humano, convertirla en centro de valor esencial y preocupación
permanente por la comunidad de la que forma parte y de ahí a transformar el
entorno y ser ejemplo para todas las naciones con el sentido más amplio
merecido por la dignidad. Se pueden otorgar diversas interpretaciones, como las
que he encontrado, aunque todas se resumen en saber qué se es, quién influye en
favor o en contra de las actitudes y elegir el camino positivo para potenciar todas
las energías en esencia y naturaleza. Desechar los consejos tóxicos para la
existencia, es uno de tantos quehaceres de la dignidad señalada por su
excelencia y lo cual conforma la identidad en equilibrio, además de fortalecer
la autoestima, esto ameritará ─en su momento─ profundizar lo suficiente con el
fin de dejar sentados aspectos esenciales del caso.
La identidad, diría va de la mano con la
dignidad, partes sumamente importantes en la existencia humana basadas en una
estructura moral adecuada y socialmente aceptada. El no poseer la suficiente
conciencia del significado de la identidad es desconocer lo que se es y hacia dónde
se deben dirigir las acciones. Por todo esto se complementa cada momento la
identidad. Para tal caso es fundamental la madurez de pensamiento y percepción
del ámbito social donde se existe.
Se dice y con razón, la identidad facilita el
razonamiento en la dirección correcta a la vida. La pregunta de los filósofos
griegos, los grandes maestros de la humanidad en todos los sentidos partieron
de la pregunta ¿quién soy? pieza fundamental en la construcción de la
identidad. La sociedad globalizada está sumamente deshumanizada sobre sus bases
materialistas absurdas carentes de atención y bienestar dirigida a la sociedad
en su conjunto, pareciera olvido, aunque es toda una estrategia para desproveer
a los seres humanos de su identidad esencial, los que están más preocupados por
sobresalir a ultranza y sobre lo que se les presente, ponerse por encima de las
necesidades colectivas.
La reflexión en este sentido de la identidad y
la dignidad llegan al punto del descubrimiento de un acrecentado
individualismo, manifestación natural de la sociedad global. Esto es
aislamiento pleno con todas las potencialidades humanas de inteligencia,
arrinconadas o demeritadas. Al no considerar a la comunidad o separarla inconscientemente
como el espacio común de realización personal y colectiva, se anulan los
valores esenciales del ser humano.
En algún momento se habló del malestar de la
cultura, la era moderna en verdad está enferma, no se identifican los momentos
de sentido lógico, se antepone el individualismo carente de identidad y con una
dignidad desvalorada, esa pérdida de dirección conduce, como se mencionó al
individualismo y autodestrucción en una de sus variables, se distingue la pérdida
de amor por la vida. No es raro para nadie observar el aumento incesante de atentados
a la vida y suicidio de seres humanos jóvenes.
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