domingo, 23 de agosto de 2020

El reto

 

Por M en E Marisú Ramírez

(Texto y foto) 

 “No soy nadie para dar consejos. Pero sé que cada vez que río, los fantasmas huyen. Cada vez que amo, el universo me obsequia algo. Cada vez que mido lo que doy, un tesoro me es quitado. y cada vez que alguien me enoja, es porque mi corazón aun reclama algo que no he aprendido”

Mujer Árbol, Alejandra Baldrich

En la cotidianidad ya nada es lo que solía ser. Como juego de ajedrez gigante, se percibe la dualidad como nunca; personas, negocios, oportunidades, simplemente desaparecen de nuestro diario existir por múltiples razones. La sensación que emana de esta situación impacta todo nuestro ser. 

Por esta razón, es tiempo de no creer en todo lo que vemos, lo que oímos, lo que está escrito, lo que dicen los sapientes. Ahora es momento de crear, sentir, pensar, analizar, observar, concatenar sucesos, detectar manipulaciones y solamente guiarse por el camino donde el corazón intuye.

En estos momentos de gran resiliencia, todos debemos ser creadores de nuestro propio destino, no existe otro camino… al respecto en el año 1999 San Juan Pablo II dirigió una carta a los artistas, a los que con apasionada entrega buscan nuevas epifanías de la belleza para ofrecerlas al mundo a través de la creación artística:  

“… ¿Cuál es la diferencia entre «creador» y «artífice»? El que crea da el ser mismo, saca alguna cosa de la nada —ex nihilo sui et subiecti, se dice en latín— y esto, en sentido estricto, es el modo de proceder exclusivo del Omnipotente. El artífice, por el contrario, utiliza algo ya existente, dándole forma y significado. Este modo de actuar es propio del hombre en cuanto imagen de Dios. En efecto, después de haber dicho que Dios creó el hombre y la mujer «a imagen suya» (cf. Gn 1, 27), la Biblia añade que les confió la tarea de dominar la tierra (cf. Gn 1, 28). Fue en el último día de la creación (cf. Gn 1, 28-31). En los días precedentes, como marcando el ritmo de la evolución cósmica, el Señor había creado el universo. Al final creó al hombre, el fruto más noble de su proyecto, al cual sometió el mundo visible como un inmenso campo donde expresar su capacidad creadora.

Así pues, Dios ha llamado al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de ser artífice. En la «creación artística» el hombre se revela más que nunca «imagen de Dios» y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda «materia» de la propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea. El Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora. Obviamente, es una participación que deja intacta la distancia infinita entre el Creador y la criatura, como señalaba el Cardenal Nicolás de Cusa: «El arte creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación del mismo» [1]

Por esto el artista, cuanto más consciente es de su «don», tanto más se siente movido a mirar hacia sí mismo y hacia toda la creación con ojos capaces de contemplar y de agradecer, elevando a Dios su himno de alabanza. Sólo así puede comprenderse a fondo a sí mismo, su propia vocación y misión.”

De acuerdo con estas sabias palabras de San Juan Pablo II todos tenemos el don de crear, de ser artífices; no obstante, un gran número de personas elige de acuerdo con un limitado sistema de creencias, el cual, aunado al control ejercido por medio de la tecnología, más grandes dosis de soberbia, adormecen su capacidad creadora. Cuando no se gobierna la mente, no se gobiernan los impulsos, emociones, pensamientos, adicciones, tendencias, hábitos y deseos ocultos; lo que lo hace un reto difícil de lograr. masryram@msn.com

 

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