El poder de las palabras es sorprendente. Pueden construir o destruir, facilitar u obstaculizar, generar hostilidad o felicidad. Llenar hogares de conflictos o de armonía. Todos en algún momento de nuestras vidas, experimentamos dudas y es durante esas ocasiones que las frases negativas y críticas que nos expresaron en el pasado —tal vez hace muchos años—, suenan de nuevo en nuestros oídos.
Carlos Siller
menciona que la palabra tiene mucho de aritmética: divide cuando se utiliza
como navaja, para lesionar; resta cuando se usa con ligereza para censurar;
suma cuando se emplea para dialogar, y multiplica cuando se da con generosidad
para servir.
Reflexionemos en
la siguiente pregunta ¿Trato a mi familia tan bien como a mis amigos? Muchas
personas nunca dirían a un amigo las palabras humillantes y duras que se pronuncian en casa ¡No tendríamos amigos! El
actor Richard Burton, mencionó alguna
vez que una palabra hiere más profundamente que una espada.
La "charla destructiva"
describe muchas palabras expresadas dentro de las familias. La mayoría de las
veces las palabras no son reflexivas y bien enfocadas, o bien revelan que no
estamos prestando atención al escuchar a la otra persona.
Las personas
pasan por las habitaciones, saludándose entre sí con sólo un gruñido. En la
mesa, a la hora de la cena, hacen las preguntas de costumbre, “¿Cómo estás?
¿Cómo fue tu día?” Son comunes las preguntas de control: ¿Recogiste tus
juguetes? ¿Sacaste la basura? Todos hablan..., pero el contenido es nulo.
La mayoría de
las veces no somos conscientes que nos expresamos en forma agresiva e
improductiva, lo que deriva en que seamos catalogados por los demás como seres
negativos e intolerantes. Una prenda rota se puede zurcir; pero la herida que
provocan las palabras negativas lastima el corazón y la autoestima de una
persona.
También es importante
saber escuchar, regularmente no estamos escuchando a los demás, ¿Qué nos
quieren decir? ¿Qué mensaje nos están enviando? Nuestro ruido mental, no nos
permite escuchar. Paul Masson decía que en virtud de la palabra, el hombre es
superior al animal; y por el silencio se supera a sí mismo.
Una de las
razones por las que se fracasa en las relaciones familiares, es porque no es posible pensar y expresar con las
palabras apropiadas. Las personas que carecen de principios no piensan antes de
proferir palabras negativas y normalmente dicen lo primero que se les viene a
la mente. ¡Cuidado con esos individuos! Son a menudo manipuladores de las
palabras y de las personas. De modo que substituyen los principios por el
oportunismo y la conveniencia.
En este mismo
sentido están las personas que no escuchan, son verdaderamente irritantes
porque hablan y hablan en forma monótona, compulsiva y negativa y no le
permiten a los demás decir nada. Cuando por fin uno se puede colar por ahí y
decir algo, antes de poder completar la frase, ya están hablando de nuevo,
haciendo caso omiso de lo que uno trató de decir. Aun cuando el tema es
importante, interrumpen para declarar que ya saben sobre qué se trata, pero la
realidad es que nunca se enteran del asunto tal y como es, porque no
escucharon. De modo que toman decisiones equivocadas basadas en lo que creyeron
escuchar.
Ante su
terquedad y obcecación, muchas personas se empeñan en no escuchar lo que los
demás tienen que decir; no les permiten expresar sus puntos de vista, o
explayarse en sus comentarios. Esta terquedad les produce una verdadera cerrazón
intelectual y una sordera insensata. En su afán de tener la razón —aunque no la
tengan—concluyen que su punto de vista es el correcto. Son personas con las
cuales no se puede entablar una conversación inteligente, ni se pueden orientar
las discusiones hacia una concertación.
También, existen
personas que tienen el don de la palabra, pero desgraciadamente utilizan esa
ventaja para destruir a los demás, utilizan a diario palabras de energía muy baja, por lo que su
nivel vibratorio está muy deteriorado. Guardemos silencio para que nuestra alma
capte los mensajes que las personas que están a nuestro alrededor nos están
emitiendo constantemente.
Si de verdad
llegásemos a comprender el poder de la
palabra, ya no podríamos juzgar, ni herir a nadie. Permitamos purificar el aire no sólo de la
contaminación ambiental sino de las palabras de frecuencia negativa. Intentarlo nos puede beneficiar a todos. masryram@msn.com
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