Estamos a unos
días de celebrar el “Día Internacional de la Mujer”, pero ¿qué celebramos? La
ONU, menciona que la conmemoración se refiere a una tradición de no menos de
noventa años de lucha en pro de la igualdad, la justicia, la paz y el
desarrollo, donde las mujeres como artífices de la historia hunden sus raíces
en la lucha plurisecular por participar en la sociedad en pie de igualdad con
el hombre.
Año con año, las
mujeres celebramos nuestros triunfos, que en ocasiones quedan tallados sólo en
nuestros recuerdos. Las penas y las alegrías se incrustan en el alma como los
surcos que deja el tiempo en nuestra piel, para quedar a merced del viento. Virginia
Woolf, hace una magnifica alusión al respecto en esta frase “Porque todas las comidas se han cocinado,
los platos y las tazas lavado; los niños enviados a la escuela y arrojados al
mundo. Nada queda de todo ello; todo desaparece. Ninguna biografía, ni
historia, tiene una palabra que decir acerca de ello”. —Nada que celebrar,
pero sí, mucho que recordar—.
Hoy quiero
aprovechar este espacio para verter el poema de Xah Olg “Vengo”. Que representa
maravillosamente a la Mujer Universal de todos los tiempos:
“Vengo desde
el ayer, desde el pasado oscuro y olvidado, con las manos atadas por el tiempo,
con la boca sellada desde épocas remotas. Vengo cargada de dolores antiguos,
recogidos por siglos, arrastrando cadenas largas e indestructibles. Vengo desde
la oscuridad del pozo del olvido, con el silencio a cuestas, con el miedo
ancestral que ha conocido mi alma desde el principio de los tiempos. Vengo de
ser esclava por milenios, esclava de maneras diferentes: sometida al deseo de
mi raptor en Persia, esclavizada en Grecia bajo el poder romano, convertida en
vestal en las tierras de Egipto, ofrecida a los dioses en ritos milenarios, vendida
en el desierto o canjeada como una mercancía.
Vengo de ser
apedreada por adúltera en las calles de Jerusalén por una turba de hipócritas, pecadores
de todas las especies que clamaban al cielo mi castigo. He sido mutilada en
muchos pueblos para privar mi cuerpo de placeres y convertida en animal de
carga, trabajadora y paridora de la especie. Me han violado sin límite en todos
los rincones del planeta sin que cuente mi edad madura o tierna, o importe mi
dolor o mi estatura. Debí servir ayer a los señores, prestarme a sus deseos, entregarme,
donarme, destruirme, olvidarme de ser una entre miles. He sido barragana de un
señor en Castilla, esposa de un marqués y concubina de un comerciante griego, prostituta
en Bombay y en Filipinas y siempre ha sido igual mi tratamiento. De unos y de
otros siempre esclava, de unos y de otros dependiente.
Menor de edad
en todos los asuntos, invisible en la historia más lejana y olvidada en la
historia más reciente. Yo no tuve la luz del alfabeto. Durante largos siglos aboné
con mis lágrimas la tierra que debí cultivar desde mi infancia. He recorrido el
mundo en millares de vidas que me han sido entregadas una a una. Y he conocido
a todos los hombres del planeta. Los grandes y pequeños, los bravos y cobardes,
los viles, los honestos, los buenos, los terribles. Más casi todos llevan la
marca de los tiempos. Unos manejan vidas como amos y señores, asfixian,
aprisionan y aniquilan. Otros dejan almas, comercian con ideas, asustan o
seducen, manipulan y oprimen. Yo los conozco a todos, estuve cerca de unos y de
otros, sirviendo cada día, recogiendo migajas, bajando la cerviz a cada paso, cumpliendo
con mi karma.
He recorrido
todos los caminos he arañado paredes y ensayado silencios tratando de cumplir
con el mandato de ser como ellos quieren, más no lo he conseguido. Jamás se
permitió que yo escogiera el rumbo de mi vida. He caminado siempre en una
disyuntiva, ser santa o prostituta. He conocido el odio de los inquisidores que
a nombre de la santa madre iglesia condenan mi cuerpo a su servicio y a las
infames llamas de la hoguera. Me han llamado de múltiples maneras: bruja, loca,
adivina, pervertida, aliada de Satán, esclava de la carne, seductora,
ninfómana, culpable de los males de la tierra. Pero seguí viviendo, arando, cosechando,
cosiendo, construyendo, cocinando, tejiendo, curando, protegiendo, pariendo, criando,
amamantando, cuidando y sobre todo amando.
He poblado la tierra de amos y esclavos, de ricos y mendigos, de genios y de idiotas, pero todos tuvieron el calor de mi vientre, mi sangre y su alimento y se llevaron un poco de mi vida. Logré sobrevivir a la conquista brutal y despiadada de Castilla en las tierras de América, pero perdí mis dioses y mi tierra y mi vientre parió gente mestiza después que el amo me tomó por la fuerza. Y en este continente mancillado proseguí mi existencia cargada de dolores cotidianos, negra y esclava en medio de la hacienda me vi obligada a recibir al amo cuantas veces quisiera, sin poder expresar ninguna queja.
He poblado la tierra de amos y esclavos, de ricos y mendigos, de genios y de idiotas, pero todos tuvieron el calor de mi vientre, mi sangre y su alimento y se llevaron un poco de mi vida. Logré sobrevivir a la conquista brutal y despiadada de Castilla en las tierras de América, pero perdí mis dioses y mi tierra y mi vientre parió gente mestiza después que el amo me tomó por la fuerza. Y en este continente mancillado proseguí mi existencia cargada de dolores cotidianos, negra y esclava en medio de la hacienda me vi obligada a recibir al amo cuantas veces quisiera, sin poder expresar ninguna queja.
Después fui
costurera, campesina, sirvienta, labradora, madre de muchos hijos miserables, vendedora
ambulante, curandera, cuidadora de niños o de ancianos, artesana de manos
prodigiosas, tejedora, bordadora, obrera, maestra, secretaria, enfermera. Siempre
sirviendo a todos, convertida en abeja o sementera cumpliendo las tareas más
ingratas, moldeada como cántaro por las manos ajenas.
Y un día me
dolí de mis angustias. Un día me cansé de mis trajines, abandoné el desierto y
el océano, bajé de la montaña, atravesé las selvas y confines y convertí mi voz
dulce y tranquila, en bocina del viento en grito universal y enloquecido. Y
convoqué a la viuda, a la casada, a la mujer del pueblo, a la soltera, a la
madre angustiada, a la fea, a la recién parida, a la violada, a la triste, a la
callada, a la hermosa, a la pobre, a la afligida, a la ignorante, a la fiel, a
la engañada, a la prostituida.
Vinieron miles de mujeres juntas a escuchar mis
arengas, se habló de los dolores milenarios, de las largas cadenas que los
siglos nos cargaron a cuestas. Y formamos con todas nuestras quejas un
caudaloso río que empezó a recorrer el universo ahogando la injusticia y el
olvido. El mundo se quedó paralizado los hombres y mujeres no caminan, se
pararon las máquinas, los tornos, los grandes edificios y las fábricas, ministerios
y hoteles, talleres y oficinas, hospitales y tiendas, hogares y cocinas. Las
mujeres, por fin, lo descubrimos. ¡Somos tan poderosas como ellos y somos
muchas más sobre la tierra! ¡Más que el silencio y más que el sufrimiento! ¡Más
que la infamia y más que la miseria! Que este canto resuene en las lejanas
tierras de Indochina, en las arenas cálidas del África, en Alaska y América
Latina, llamando a la igualdad entre los géneros a construir un mundo solidario
– distinto, horizontal, sin poderíos – a conjugar ternura, paz y vida, a beber
de la ciencia sin distingos. A derrotar el odio y los prejuicios, el poder de
unos pocos, las mezquinas fronteras, a amasar con las manos de ambos sexos el
pan de la existencia.” masryram@msn.com
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