Por M en E Marisú Ramírez
A través de la historia del
ser humano los espacios familiares, de trabajo, esparcimiento y libre tránsito se
confunden. Podría afirmarse, lo que se
llama espacio común se ha convertido en una propiedad. Asunto interesante sin
duda.
El recurso común más
importante en las ciudades es el espacio público, se define día a día con el
actuar y uso cotidiano de los ciudadanos; y así de la misma manera, el
individuo tiene también su propio espacio en tiempo, materia y energía.
El ser humano se compone de
cuatro esferas: Física, donde se manifiestan de forma material estados
emocionales, mentales y espirituales. Emocional, a menudo fuerza incontrolable,
induce a reaccionar. Mental, conexión entre las demás esferas, une al cuerpo
con las emociones y el espíritu. Espiritual, unión con Dios y el universo. Es
la constante búsqueda de la perfección. Todas ellas juntas se conciben como
“esfera de vida”.
Otra concepción de lo anterior
es la de Leonardo Da Vinci, quien dibujó al Hombre de Vitruvio en 1492, también
conocido como “Estudio de las proporciones ideales del cuerpo humano según
Vitruvio”, la pieza representa a un hombre desnudo idealizado de pie dentro de
un cuadrado y un círculo.
Al observar la imagen de Da
Vinci se detecta a la perfección esta esfera de vida. Concebida desde un punto
de vista energético, lo común está en referencia en su aparición en un espacio
público, al cual se le caracteriza como "accesible" y
"visible"; sin embargo, cuando aludimos al espacio público social,
donde debido a sus proporciones, es infinitamente imposible no chocar o
traspasar la esfera de vida de otras personas a nuestro alrededor,
contaminándonos al instante de energía y emociones negativas.
En ocasiones nos preguntamos
qué fue lo que pasó cuando estamos de buen humor y al entrar en un lugar donde
hay muchas personas, en un instante comenzamos a sentirnos enojados y hasta
furiosos, donde solamente hace falta una chispa para detonar situaciones violentas.
Así es como funcionan los choques energéticos.
Un ejemplo cotidiano es al
conducir, basta observar cuantas personas están -de forma inconsciente-
invadiendo esferas de vida: no respetan el paso peatonal y detienen sus
vehículos inclusive invadiendo el flujo de tránsito de los conductores con luz
verde. Instantáneamente surge el enojo y los insultos hacia el que cometió la
torpeza, si la otra persona -la invasora- está de mal humor, se darán hasta de
golpes.
Eso se ve todos los días. Sin
embargo, lo común no es ni público ni privado, es aquello que se produce
colectivamente, si todos protegiéramos esa esfera de vida, los choques
energéticos serían casi nulos.
Estos entramados se generan en
casi todos los ámbitos de nuestra vida. Cada vez respetamos menos las esferas
sociales, la célula social se está desintegrando, cada día se irrumpe y
corrompe a algunos de sus miembros. Las personas no están conscientes de esta
situación y la violencia se exacerba a cada momento. De una u otra forma se limita
lo común por negligencia o desconocimiento o por ser nulo objeto de reflexión.
Por lo tanto, el control de
nuestra esfera de vida no es delegarlo a una instancia externa, sino ejercerlo directamente,
como un proceso en producción constante que posibilita dar forma propia a
nuestra sociabilidad, nuevas formas de organización y regulación de vida
colectiva, pensándola, ensayándola, practicándola cotidianamente.
Evitar traspasar la esfera
energética de los demás obvia atraer innecesariamente conflictos, desigualdades,
contradicciones y violencia. Por ello, todo lo considerado común es desde la
interpretación de la ley parte de la vida en su dinámica permanente, se apropia
y se le contempla desde el libre albedrío.
La dirección impuesta al
espacio corresponde a la comodidad del que lo usa sin el cuidado de observar
protocolos, o sea, normas de funcionamiento social, es aquí donde se entorpecen
y conflictúan los ciudadanos. Tan sencillo como aprender a proteger nuestra
esfera de vida, y respetar la de los demás. masryram@msn.com
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